/ municipios / Juan Vicente Campo Elías

Campo Elías, estado Trujillo

Campo Elías es una ciudad del municipio Juan Vicente Campo Elías en el estado Trujillo, Venezuela. Se localiza aproximadamente 28.3 kilómetros al oriente de Boconó; 31.3 kilómetros al oriente de Santa Ana (Municipio Pampán) y 32.0 kms al oriente de Carache (municipio homónimo); a unos 1.057 metros sobre el nivel del mar.

Estructura administrativa:

Estado: Trujillo
Municipio: Juan Vicente Campo Elías
Parroquia: Campo Elias

Fotografias de Campo Elías:

Ya no podemos mostrar fotografías porque el servicio que empleabamos ha sido descontinuado, pero si quiere subir alguna, la puede añadir a un comentario.

Datos geográficos

Coordenadas:

Latitud: 9° 23' 36''
Longitud: -70° 3' 37''
Altura: 1.057 msnm.

Mapa de Campo Elías:

Cargando ... Cargando el mapa.

Utiliza el mapa para observar la ubicación y encontrar lugares cercanos, como pueblos, rios, montañas, lagunas, etc.

* Estas ubicaciones han sido tomadas de bases de datos públicas.

Lugares cercanos a Campo Elías

Centros poblados de Trujillo

* Se registran otros pueblos, localidades, aldeas, caserios, barrios o urbanizaciones localizados cerca de Campo Elías.

Sitios de interés geografico:

  • 1 Río Saguas
    2,4 kms hacia el este este
  • 2 Zanjón La Importancia
    2,5 kms hacia el este este
  • 3 Río Guaito
    3,0 kms hacia el este este
  • 4 Importancia
    3,1 kms hacia el este este
  • 5 Cerro Las Piñas
    3,2 kms hacia el sudeste sudeste
  • 6 Quebrada Honda
    3,9 kms hacia el noreste noreste
  • 7 Quebrada Petacas
    7,0 kms hacia el norte norte
  • 8 Quebrada Ñocasiano
    7,0 kms hacia el norte norte
  • 9 Quebrada Chorrerón
    7,9 kms hacia el noreste noreste
  • 10 Río Saguas
    9,5 kms hacia el este este

* El paisaje que rodea a Campo Elías en el municipio Juan Vicente Campo Elías (orografía e hidrografía). Cordilleras, serranias, penínsulas, depresiones, montañas, picos, rios, quedradas, arroyos, lagos, lagunas, riachuelos, etc.

Consulte otras páginas relacionadas:

Foto de Batatal

Guia de Batatal 1 :
Información general. Turismo en Batatal, hoteles, posadas, comercios, empresas y servicios.

Comentarios compartidos

¿Tiene algo que decirnos acerca de Campo Elías ? Conozcamos sus consultas o comentarios sobre este lugar:

Web Site:

Firmar como:

Su nombre:

Su e-mail:

Quisiera saber cuál es su fauna.

Por María Colmenarez el 08/03/25

Honor a una gran matrona “Mamalcira” en sus 100 años
Sergio Waldemar Sáez Hernández
Mayo 17, 2016

Hoy 17 de Mayo de 2016 una gran familia conformada por la rama paterna Sáez Graterol y de la rama materna Hernández Torres, y amigos y allegados de siempre, celebran jubilosos los cien (100) años de esa gran matrona Alcira Ramona Hernández de Sáez, “Mamalcira”, como la suelen llamar toda su descendencia en su larga vida. Y “Viejalcira”, para quien escribe, a pesar de las advertencias de mis hijas pues que creían que el “apodo” era faltarle el respeto. Nada más alejado de la realidad.

Ha sido toda una centuria de lucha desde su corta infancia, como hermana mayor de cinco hermanos engendrados de su padre, Antonio Hernández “Papantonio” y su madre Rafaela Torres, Antonio José, Luís Martiniano, Armenio y Berta.

Perdió su madre a la edad de veintitres (23) años y desde ese momento asumió el cuidado y custodia de sus cuatro (4) hermanos y la atención de Papantonio. Este último, hombre recio, del tamaño del compromiso que se le presentara y cumplidor de palabra empeñada. Presto para realizar con el mayor empeño cualquier trabajo u oficio, capar y/o beneficiar cochinos o reses, jalar escardilla, sembrar y cosechar, levantar tapias de bahareque, frisar y encalar paredes, montar techos de tejas, o de zinc, cavar tumbas, preparar un terceo y cargarlo a cuestas, abrir pozos sépticos, curar heridas, cortar “cángrios”, reparar sanitarios, hacer muebles, azadones, cucharas y paletas, hornos de barro, amolar su navaja de mano, y cualquier cosa que se dañara, con su particular e innato ingenio. De conducta intachable, de incuestionable moral y ética, y al servicio a sus semejantes. No se frenaba en echarle “un parao” a cualquier joven que sintiera salirse del camino recto, e incluso demandar la atención de sus padres. Un gran abuelo. El único que conocimos y de quien recibimos las mejores enseñanzas para llevar una vida correcta. Verlo presenciar la lucha libre por televisión era todo un espectáculo, salía cansado de tanto echar llaves en el sofá. Manifestaba el odio que le dispensaba a “Dark Búffalo”, el malo del ring. Todavía los Sábados nos embriaga la memoria, de los gratos olores de su Jean Marie Farina de Roger & Gallet y del jabón de Reuter, que solía usar para salir de paseo, bien rasurado y con su sombrero pelo e’ guama en la cabeza. Nunca creyó que el hombre había llegado a la luna. Esos son trucos de la televisión , decía. Honra y memoria nuestro excelente Papantonio.

De sus hermanos podemos recordar al tío Antonio José, que muy poco vivió con nosotros. Hombre duro, rudo en su trato, quería enseñarnos a leer y ser disciplinados a punta de “coscorrones”. Muy tarde descubrí que detrás de esa rudeza se encontraba un ser muy sentimental. El tío Martiniano, de trato muy jovial, reilón, gastador de bromas, gran jugador de envite y azar. Cuando se enteró que Mamalcira debía suplantar su dentadura por una plancha, estuvo pendiente de cual sería el día que le extraerían la última pieza dental, y se presentó en casa con dos kilos del chicharrón, del mas seco y duro que consiguió, y riéndose a mandíbula batiente le dijo: Caracho Alcira, aquí te traigo estos chicharrones para que los disfrutes comiéndotelos. No se me olvida tampoco cuando haciendo pareja de dominó con PapaGonzalo, contra él y tío Antonio José, salí con el blanco uno, y exclamó: El tuerto Alfredo. Oigale compadre, por que era mi tío, padrino de bautismo y compadre, esa es la piedra con la cual nunca se debe salir en dominó, existen 95% de probabilidades que pierda la mano. No solamente le ganamos esa mano, sino que le dimos un zapatero. Y repetía eso es por jugar contra “cuzurros”.

De tío Armenio, apreciamos el gran cariño que siempre ha profesado a Mamalcira, y a todos sus sobrinos. El haber contribuido con su tesonero trabajo, al sostén de toda esa familia. De llevarme coleado para sus viajes a Campo Elías y otros lugares, el haberme enseñado a manejar, y el excelente y oportuno consejo de seguir estudiando hasta coronar una carrera en la Universidad en lugar de entrar a la Escuela naval. Al igual que haberse ocupado que Papantonio pudiese pasar su vejez con atención y cariño. Siempre recuerdo cuando me dijo, nuestra agradecimiento con Alcira es tan grande que consideramos nuestro deber ayudarla para que ustedes estudien. Honor y agradecimiento a nuestro tío Armenio.

De su matrimonio con Gonzalo Sáez Graterol “Papagonzalo”, tuvo siete hijos, cuatro varones y tres hembras. Seis de ellos nacidos en Campo Elías, Cristian René, Ana Elena Graciela, Miriam Noemí, Argenis Air y Rigoberto y quien suscribe, Sergio Waldemar, en El Batatal, el estado Trujillo; y la última de ellas en Caracas, Lilian Omaira Coromoto. Ayudó además a Papagonzalo en la crianza de algunos de sus otros hijos, entre los cuales destacamos con mucho cariño a Horacio González, que en todo momento le dispensó y retribuyó todo su cariño y aprecio como madre adoptiva. Como cosa del destino pidió que lo trajeran, desde Tucupita, Delta Amacuro, a la Clínica Atias en Los Rosales para estar lo más cerca posible a ella cuando sintió que moría. Honor y memoria a este gran hermano y mejor hijo.

Su compañero de vida, nuestro Papagonzalo, oriundo de Boconó, estado Trujillo, hombre de gran humildad, de conducta familiar, dotado del don de gentes, incapaz de hacerle mal a nadie, bonachón, gran conversador y contador de cuentos y memorias, era apegado a la religión católica y rezaba antes de irse a dormir. En una ocasión en que se encomendaba en la noche a los santos, Mamalcira le dijo: Gonzalo no le meta tantos santos a la cama, que de broma cabemos los dos. Creo que es una de las pocas veces que se le puso bravo. Hacía gala de su habilidad de hacer chanzas con las palabras, escritor de versos humorísticos, de letra y escritura intachable, redactor de cartas a quien se lo solicitase, gran lector de todo cuanto escrito le callera en sus manos. En el Batatal pude observar en la casa donde tenía una bodega el escrito el una bonita letra corrida, Bodega “LA COROMOTO” (reflejo de su gran devoción por nuestra patrona, la virgen de Coromoto) de Gonzalo Sáez G., cuando le dije a la propietaria de la casa el por qué conservaba el letrero, me dijo, es la mejor referencia de mi casa, aquí todos la conocen y saben donde queda. Pulpero de oficio y Carpintero. Solía leerle a los asiduos visitantes a su pulpería los artículos y notas de prensa de periódicos de Barquisimeto, Valencia y Caracas, que le traía el “Indio Petaquero”, mulero que hacia trueque desde Chabasquén hasta Batatál, con noticias tardías sobre la II Guerra Mundial, ante la ausencia de la radio. Cuando podía regresaba a pié desde la carpintería del Hospital Vargas en san José hasta Los Rosales para economizar y poder comprar un “litro e’ leche” para que los hijos la tomarán, e ir a la carpintería el Sábado que era día libre para hacerle una urna, con recortes de madera a algún pobre de los que morían en el hospital para que lo enterraran con dignidad. Sus “grafitis” de letra impecable, en la pared de la carpintería rezaban: “La consideración termina donde principia el abuso”; y, “Hacerle el bien al ingrato es perder el tiempo, pero no por eso dejes de hacer el bien”.
Papagonzalo delegó la crianza y disciplina del hogar en Mamalcira, por tal razón y la temprana atención de sus hermanos, en nuestra familia existió el “matriarcado” y de ahí su gran título de “Matrona”.
Recuerdo cuando fue de viaje a Mérida con Mamacilra, después que pasamos por Ejido, nos dijo: Caramba, pasamos por Ejido y no vimos “Las Pirámides”. Recordamos con gracia el día en que Lilian descubrió un libro que Papagonzalo había comprado, bien barato, en esos remates de libro callejeros con el título “Olav”. Lilian le pregunta si ya había leído el libro, y él le contestó que lo tenía pendiente de leerlo. Lilian le contestó: me avisa después que lo lea, pues el libro está escrito en noruego. Tal vez era que tenía premonición que la hija de Lilian, Karen Mariel, lo pudiese leer en esa lengua, o tal vez en alguno de sus bisnietos vikingos lo hiciese. Honra, memoria y gloria a ese gran Papagonzalo.

Mamalcira fue visionaria en cuanto a la necesidad de emigrar del estado Trujillo hacia Caracas, en busca de mejores oportunidades para subsistir, trabajar, formarse y estudiar. Animada y ayudada por su tío Salvador, quien había sido reclutado en campo Elías, muy niño por las huestes del general Castro, y que finalizada la guerra había hecho una pequeña fortuna sembrando tabaco en el estado Lara, decidió acompañar a su padre y hermanos, con toda su prole a la conquista de Caracas.
Gracias a la tenacidad, Papantonio consiguió que el Banco Obrero le asignara un pequeño apartamento en la Urbanización los Rosales, en terrenos que el gobierno había adquirido de la Familia Zuloaga. Ahí convivimos todos los peregrinos de la época. En algún momento convivimos cerca de veinte personas. Con muchas penurias, que ameritaba que todos quienes tenían oportunidad de conseguir trabajo, lo hicieron en beneficio de toda la familia, y los restantes a estudiar y prepararse mejor para la vida, aprovechando las oportunidades que brindaba el Estado. De esta manera, la segunda y restantes generaciones de las familia Sáez y Hernández pudieron disfrutar de mejores condiciones de vida.

Entre Mamalcira y Tía Berta cosían todo tipo de ropa para distribuidores de prendas de vestir. Eran rumas de telas cortadas, que salían convertidas en faldas, pantalones y blusas que ellas cosían en sus maquinitas “Singer”, chalecos, bolsas y sweters de sus telares, edredones, paños de mesa, moisés, lazos, escarpines para los nietos, salieron de esas manos tejedoras, tortas, sarcillos de masapán, flores de papel y tela, bolsos, cinturones, faldas, alpargatas, zapatos tejidos, bonsáis de canutillo que Papagonzalo le ayudaba a confeccionar. Las llamaban las arañas, por la calidad de sus tejidos. Hermanas inseparables, grandes caminadoras, por toda la avenida Victoria, Sabana Grande, los Ilustres, los Símbolos, Chacao y el centro de Caracas. Tia Berta solía llamarme “Indio guatatuco” y a manera de chanza me decían que yo era hijo del “Indio Petaquero”. Debo confesar que la chanza me preocupó durante mi infancia, hasta el día en que Tío Armenio, al quién siempre me le coleaba en sus viajes a Campo Elías, me llevó a conocer a Tio Santana, hermano de Papagonzalo” y padrino de Tio Armenio. Al llegara su casa me dijo, Waldemar entra esa casa y no le digas a Santana quién eres, salúdalo solamente. Vi a Tio Santana que reparaba una canaleta de drenaje de techos de tejas, y silvaba como lo hacía Papagonzalo, y dije: Buenos Días Señor. Santana levantó la cabeza, miró sobre los lentes y exclamó: ¡Carajo, tú eres hijo de Gonzalo!. No sabe Santana cuan feliz me hacía. Comprobé en ese fugaz momento que no era hijo de Petaquero. Lamentablemente se nos fue nuestra Tía Berta, su compañera de glorias y caminatas. Honor, honra y gloria a nuestra gran tía, quien me cuidó, bañó, arrulló y me limpió el rabo y los mocos cuando niño, y toda su vida me adoró.

Mamalcira siempre ha sido el centro de giro y atracción de toda nuestra familia, de los vecinos, de jóvenes muchachas amigas de la casa, que buscaban en ella el consejo oportuno sobre toda inquietudes y problemas, esperando siempre la sabia palabra. Está siempre presenta en nosotros la ocurrencia de Homero González, primo hermano, muerto tempranamente, que como siempre su madre, Delia Espinoza de González, le señalaba a “los hijos de Alcira” como modelo de conducta a seguir. Cuando alguno de nosotros íbamos de visita a campo Elías, Homero exclamaba, por ahí anda “uno de los modelos de Alcira”.

Reunía a sus hijos y sobrinos con los muchachos del barrio, para ir el domingo, todos juntos en autobús al parque Los Caobos, provistos de agua en garrafas de vidrio cubiertas y cocidas con tela gruesa para evitar heridas en caso de quebrarse, cambures y galletas para merendar. Y después de retozar hasta el cansancio, nos llevaba a los museos de Ciencias y de Arte Nacional, en la plaza Morelos, contigua al parque. De allí nació mi pasión por los cuadros de grandes pintores, que logré cultivar en mis hijas.
Recuerdo que uno de los cuadros que admiraba en el museo de Arte Nacional, era del pintor Alirio Rodríguez, su premio nacional de pintura, le expresé que quería tener un cuadro de él, y ella me contestó, usted lo tendrá hijo. Pues hoy tenemos la dicha de poseer tres modestos cuadros de Alirio. Lo conocí personalmente y pude verlo pintar en su taller del edificio La Estrella en San Bernardino, y además poder presentar a Mamalcira en una exhibición de orquídeas en El Centro Comercial Sambil.

Hoy Mamalcira cuenta con una vasta descendencia de siete hijos, quince nietos, diecisiete bisnietos, y se le añaden once sobrinos, amén de una legión de esposos y esposas, que también le llaman Mamalcira.
Por razones de continuar con la búsqueda de mejores condiciones de vida, parte de su descendencia se encuentra en diáspora. Dispersos por el mundo, pero siempre en contacto permanente con ella. En Santiago de Chile; en Florida y California; en Canadá y en Islandia. Nunca le pasó por mente a Mamalcira y Papagonzalo que entre sus descendientes se encontrarían “verdaderos vikingos”.

Una vez que fue invitada a una fiesta en una hacienda de un pueblo algo distante de Campo Elías, conoció a una, india curarigua del estado Lara, que trabajaba en esa hacienda y cuyo lecho de dormir era una estera de tallo de cambur arrumada al lado del fogón, al lado de cochinos que buscaban el calor del fogón, lo que la conmovió. Mamalcira la conminó a irse con ella a su casa en Campo Elías, donde seguro sería mejor tratada, sin éxito. Pero le recomendó que cuando decidiese irse, la buscara en el pueblo, preguntara por Alcira, que cualquiera la llevaría a su casa. Fue así cuando un día su hermano menor, Tío Armenio, se apareció en casa acompañado de ella. Así llegó a nuestra familia la Señora Juana María Yépes. A partir de ese momento nuestra “Señora Juana”. Nos vio nacer a casi todos y se convirtió en la abuela materna que no conocimos. Excelente mujer, sencilla y jovial, de extraordinarias condiciones humanas, cariñosa, muy servicial, consentidora, colaboradora. Me llamaba “Manemá”. El poder tener lista la masa para las arepas y el guarapito en la mañana se la debemos a ella. Me consentía con un guarapito de jengibre, y buscaba en su saquito de tela que guardaba dentro de sus “justanes”, para darme un medio para que comiera algo cuando iba al colegio y liceo. Fue sostén para todos nosotros hasta su deceso en nuestro apartamento de los Rosales. Conocedora del “santoral”. Podíamos escoger al azar cualquier santo, en el almanaque de los hermanos Rojas, que ella sabía el día de su celebración. Mes a mes podía decirle sin equívocos los santos a los cuales se les celebrase su día. Entre nosotros logró la felicidad que su propia prole no le brindara. De nuestro diario convivir con ella descubrimos que los santos realmente existen.
Honor a nuestra “Señora Juana”, que muy seguro estamos que Dios la tiene en lugar de honor en el Cielo, que muy merecido lo tiene.

Mamalcira trabajó tanto y para tantos, que ciertamente se cansaba de trabajar, aunque no se quejaba. Lograba hacer maravillas para alimentar tantas bocas con tan poco. Argumentaba que no sabía cocinar, pero bastaba que nos dijera que habría preparado un hígado, una carnita molida, y hasta vísceras de ganado, para que toda la familia se acercara a degustarla con arepitas recién hechas. Los dos primeros platos eran su especialidad, para la carne su secreto era ponerle alcaparras bien cortaditas y un diablito Underwood. No importaba a que hora y que día la visitáramos, siempre había tiempo para cocinar una arepitas y acompañarlos con cualquier cosa, o unos fideítos con leche para los nietos, una ensaladita con cualquier cosa que tuviera a mano. Era el continuar con la costumbre andina, en cualquier casa por humilde que fuese, se le otorgaba comida al visitante. Era muy probable que este o estos solo hubiesen probado un “guarapito” con una arepita. Siempre se respetó esta costumbre en casa. Las arepas eran tan deseadas, que los amigos de los hijos e hijas sabían a que hora las preparaba para acerarse en grupo, bajo el pretexto de preguntar por alguno de sus hijos e hijas. Seguro salían con al menos un par de arepas recién hechas que se peleaban y quemaban los dedos al arrebatárselas al salir de casa. Siempre fue una delicia y placer comer en casa de Mamalcira. Lo que hubiere era ofrecido con tanto cariño. Difícil negarse a ello, aún cuando nos alertaban que no fuésemos a pedir comida. Dile que ya comimos, era la advertencia, lo cual Mamalcira interpretaba, deme lo que tenga que yo me lo como con agrado.

Si a “vuelo e pájaro” tratamos de resumir los adelantos presenciados por Mamamlcira en su larga vida, veremos que de alumbrase con velas de sebo, cocinar en vasijas de barro en una topia, calzarse alpargatas, y dormir sobre esteras de cambur, en un pueblito aislado de Trujillo, presenció la construcción de la carretera Trasandina, que pasó a ser la Calle Real de Campo Elías, y gracias a ello debe su existencia el pueblo. Ver llegar la luz eléctrica, el telégrafo, los automóviles, autobuses y camiones, que desplazaron al “arreo de mulas”, y después ya en Caracas, escuchar la radio, y la novela “el Derecho de Nacer”, ver la televisión en blanco y negro y después a colores, y la oportunidad de ver representada la novela “el Derecho de Nacer”, usar la cocina de querosén, de gas y eléctrica, usar microondas, hablar por teléfono, y comunicarse con su prole en el exterior por Skype, ver que sus hijos asistieran a los colegios, liceos, escuelas técnicas y universidades a formarse, verlos casarse, conocer y disfrutar de su descendencia. Y quizás lo más grande, poder viajar. Para lo cual siempre estaba como los “boyascaos” (boys scouts), siempre lista, con su maleta hecha, para quien la invitase a salir. Como dice el dicho, “no aguantaba dos pedidas”. Como quiera que para salir solía “engalanarse”, PapaGonzalo la bautizó con el calificativo de “La Primerísima”, en alusión al nombre que le otorgó Ricardo Tirado a la cantante Mirla Castellanos y lo popularizó Renny Ottolina. Así recorrió lo que pudo del país, invitada por su hermano Armenio, sus hijos, yernos, sobrinos y nietos, diversos lugares de nuestra geografía: las playas, llano, páramos, el inmenso río Orinoco, el Tigre, Maturín, la “Cueva del Guácharo”, Puerto la Cruz, Cumaná, Carúpano, Guayana, Puerto Ordáz, Ciudad Guayana, Ciudad Bolivar, Tucupita, Isla de Margarita, Canaima, Valencia, Barqusimeto, Barinas, Apartaderos, Mérida, San Cristóbal, Valera, Carora, Uverito, Campamento “Palmichal” en Canoabo en la Cordillera de la Costa, y viajar en avión a Madrid, Miami, Orlando, Ciudad de México, un tour por Mérida(Yucatán) y las ruinas Maya de Chichenitza, Tulum, tour en autobús por Cancun, Ciudad de México, las pirámides de la Luna y el Sol, Queretaro, San Miguel de Allende, Dolores, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Guadalajara, Isla de Pascuaro, Morelia, y los inolvidables cruceros por el Caribe.
La familia solía ir los fines de semana a una casa que construyó Tío Armenio en El Café, en la vía a Higuerote. Allí trabajaron casi toda la familia, hasta yo trabajé, que me caracterizo por ser flojo. Mamalcira solía usar vestidos largos con medio fondo corto, y al ponerse al trasluz se le veía las piernas largas y flacas. Papagonzalo que siempre tenía algo gracioso a flor de labio, le decía: Alcira, te pareces a Santa Clara.

Los mejores momentos que recuerdo junto a la Viejalcira son: una subida a pico Espejo en el Teleférico de Mérida, una corrida de toros en Mérida y Caracas, una pelea de boxeo de campeonato mundial, una salida del sol en el llano bajo una garuita, las puestas de sol en los médanos de Coro, Compartir con el Dr, Julio Carrozo y su gran familia, en Palmichal, rodeada de ardillas, pájaros y mariposas en grandes cantidades, tigre, pantera y el león “Napoleón”, y hasta una serpiente coral, escuchar el aullar de los monos Capuchinos, la salida de los “guácharos” en la Cueva de su nombre, un paseo en lancha por el Delta del Orinoco, una caminata por los páramos viendo el rocío sobre las flores y plantas silvestres, un paseo en un crucero viendo las puestas y salida del sol en alta mar y las compras en los mercados pueblerinos de México, un trueque de rosas de tela en una tienda de Cancún. Su temor a los calentadores de gas en la Mesa de Esnujaque, y la “rasca” que cogió con Mechu, saboreando “margaritas” y aprovechando la oferta de “happy hour” en un de un hotel en México. Ha sido toda su vida “pata caliente”, que una fractura de fémur y otra de cadera la obligó a coger reposo bajo el diligente cuidado de Noemí, Melisa (su nieta más consentida, no se me vayan a sentir celosas las demás), Graciela y Lilian.

Nos queda hoy quienes estamos cerca de ella rendirle sencillo tributo y agradecimiento por sus sabias enseñanzas, amor, oportuna guía y consejo, y por la inmensa dedicación a continuar la labor de su padre, hacer “hombres de bien” para honra de sus apellidos. Sea por siempre alabada su obra.
Gracias Mamalcira. Esta inmensa descendencia te quiere mucho, y desea que nos acompañes por muchos años más.

Por Sergio Waldemar Seaez Hernández el 23/05/16

Otros sitios de interés

Existen otros lugares con nombre similar o parecido ubicados en Venezuela:

Campo Ameno, municipio Sucre, Portuguesa:
Ubicado 10,7 kms al este.

Campos, municipio Trujillo, Trujillo:
Ubicado 31,6 kms al oeste.

Campo Lindo, municipio Morán, Lara:
Ubicado 42,0 kms al este.

Campo Alegre, municipio Cruz Paredes, Barinas:
Ubicado 48,5 kms al sur.

Campo Lindo, municipio Torres, Lara:
Ubicado 55,4 kms al norte.

Estado Trujillo

Información regional, lugares, poblaciones, cultura y otros datos.

Información regional:

© 2004-2025 | privacidad | información